En la misma Soria capital, cruzando el río Duero que bordea la ciudad, hay dos lugares monacales que te recomiendo que visites por su belleza y singularidad. Son antiguos, misteriosos y de gran belleza. Si quieres conocer San Juan de Duero y San Saturio sigue leyendo este post donde verás su encanto.
En el siglo XII la Orden de los Hospitalarios de San Juan de Jerusalén se instaló aquí reformando una pequeña iglesia románica que ya existía y levantando el monasterio. Tras muchos siglos de abandono, en 1882 fue declarado Monumento nacional y años después se convirtió en un anexo del Museo Numantino.
Cuando llegué a visitarlo eran más de las 19:00 y ya estaba cerrado con la consiguiente frustración fotográfica, pero esto me hizo levantar la mirada y echar un vistazo a los alrededores para ver si se podía ver las ruinas desde algún otro punto.
Efectivamente si subes el pequeño terraplén que hay enfrente del monasterio puedes ver en perspectiva el claustro y tomar unas magníficas fotos que desde dentro no habría podido tomar.
Efectivamente si subes el pequeño terraplén que hay enfrente del monasterio puedes ver en perspectiva el claustro y tomar unas magníficas fotos que desde dentro no habría podido tomar.
El claustro es de principios del siglo XIII y es la única dependencia monacal que queda. Es uno de los más originales del románico español por la variedad de influencias de su arquitectura: trazas románicas, arcos apuntados tendentes a la herradura y arcos que se entrelazan. Las esquinas, con clara influencia árabe, están rematadas con arcos califales.
Gracias a haberme encaramado en la loma frente al monasterio para tomar las fotos me encontré medio oculto entre la alta hierba de la primavera con un "nevero", que podéis ver en la foto, con un curioso cartel explicativo del Ayuntamiento y escrito por el vecino de Soria D. Emilio Ruiz. En el cartel explica que el nevero es una edificación de mampostería trabada con argamasa en su mayor parte subterránea, pensado para conservar la nieve hasta las épocas más cálidas del año. Personas especializadas en este oficio recogían la nieve más limpia al poco de caer, la echaban al pozo y la compactaban por capas que separaban con paja. Su uso era básicamente médico. La gestión de estos neveros se sacaba a concurso público y el precio de la nieve se tasaba. En Soria se han identificado otros dos neveros destacando el que se encontraba junto a los antiguos depósitos de agua del Castillo.
Ermita de San Saturio
En la misma carretera una vez cruzado el río, pero tomando la mano derecha, encuentras muy cerca la Iglesia de San Saturio construida en la ladera de la colina que discurre hasta el Duero. Llegando a una plazoleta puedes aparcar y caminar por un agradable paseo entre una verde arboleda que acompaña la orilla del río hasta llegar a la Iglesia, o bien entrar con el coche hasta el final.
He vuelto a ver los álamos dorados,
álamos del camino en la ribera
del Duero, entre San Polo y San Saturio,
tras las murallas viejas
de Soria —barbacana
hacia Aragón, en castellana tierra—.
Estos chopos del río, que acompañan
con el sonido de sus hojas secas
el son del agua, cuando el viento sopla,
tienen en sus cortezas
grabadas iniciales que son nombres
de enamorados, cifras que son fechas.
¡Álamos del amor que ayer tuvisteis
de ruiseñores vuestras ramas llenas;
álamos que seréis mañana liras
del viento perfumado en primavera;
álamos del amor cerca del agua
que corre y pasa y sueña,
álamos de las márgenes del Duero,
conmigo vais, mi corazón os lleva!
Poema de Antonio Machado
Cuenta la tradición que en el siglo VI el noble soriano Saturio repartió sus riquezas entre los pobres y marchó a vivir a unas cuevas junto al Duero. Su recuerdo no se perdió y en el siglo XVI se encontraron sus restos creciendo la devoción hacia el eremita hasta el punto de construir un templo en su honor y nombrarlo patrón de la ciudad. En el año 1698 la ciudad acordó reedificar una iglesia de nueva planta con consenso de todos los vecinos.
Discípulo notable de San Saturio fue San Prudencio que llegó a ser obispo de Tarazona. En uno de los frescos de una capilla de la iglesia se describe uno de los milagros de San Saturio quien puso su capa sobre el Duero y su discípulo pasó sin mojarse.
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